viernes, 24 de junio de 2016

Prólogo segundo libro de la saga "La búsqueda del Torem"

Hola, Buscadores!

Como anunciamos en redes sociales, estabamos esperando a tener 50 puntuaciones en la aplicación de lectura Goodreads en nuestro primer libro "El Buscador". Al fin hemos llegado a esa cifra, y tras 51 puntuaciones, llevamos una nota de 3.69 sobbre 5.00.

Para nosotros, dos chicos sevillanos sin experiencia ninguna en el mundo de la escritura, esto es algo increíble. Son 51 puntuaciones, pero más gente ha leído el libro, y en su gran mayoría, las críticas que recibimos no son más que ilusionantes y muy positivas.

Queremos desde aquí agradecer a todo lector que haya tomado su tiempo en leer nuestro libro y haya puntuado o no, haya hecho reseña o no, porque gracias a ti, a todos, podemos seguir con las mismas ganas que empezamos!

Como os prometimos, aquí tenéis para los interesados, el prólogo del segundo libro, que os recordamos que saldrá un pocos meses, eneste 2017 :)

Espero que os guste y si tenéis cualquier petición, consejo u opinión, la dejéis en los comentarios o en nuestras redes sociales.

Muchas gracias de nuevo a todos y os dejamos con el prólogo!
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Prólogo



Cuando Merdegaf observaba a su alrededor, sentado en su silla de madera a la entrada de su cabaña en medio de Bosque Alto, podía pasarse horas sin hacer nada más que admirar su hogar, como le gustaba referirse a aquel lugar, en Tresbel. Contemplando como el viento agitaba las hojas de los árboles y como los animalillos correteaban libres por la hierba, solía relajarle día tras día. Pero esa mañana tenía la extraña sensación de que algo raro ocurría.
Tras levantarse, agarró un pequeño conejo que apareció justo a su lado y entró en la cabaña. A veces le gustaba disfrutar de la compañía de algún vecino del bosque, y él ya era uno más para ellos, así que los animales no le tenían ningún miedo. Mientras le daba un poco de comida y lo acariciaba, miró por la pequeña ventana que tenía a su lado. El aire susurró unos segundos. Algo ajeno al bosque andaba ahí fuera, lo presentía.
—Tú también lo notas, ¿verdad, amiguito? —El anciano soltó un leve suspiro mientras volvía a acariciar al pequeño conejo, que comía sin ninguna prisa el trozo de zanahoria con el que le había obsequiado.

Anochecía en Bosque Alto, y un anochecer en dicho lugar otorgaba una escena única a todo aquel que habitara o pasara por allí. Los últimos rayos del sol, antes de ocultarse, se colaban entre los altos árboles y sus ramas, iluminando con una luz tenue y anaranjada que se fundía con la luz azulada proveniente de la luna. Merdegaf siempre presenciaba el momento justo en el que coincidían ambos hechos, maravillándose cada día de igual forma por tal belleza. Todo estaba en calma, solo se oían las ramas de los árboles mecidas por leves corrientes de aire cada pocos minutos y el sonido que hacía al comerse otra zanahoria el pequeño conejo que lo había acompañado todo el día. Pero para Merdegaf era imposible no darse cuenta. Llevaba casi media vida entre aquellos árboles, y ese día era diferente al resto, ya que seguía notando que algo alrededor era distinto. Que algo era peligroso.
Antes de entrar a su cabaña echó un último vistazo pero no vio nada salvo los árboles y la vegetación, así que cerró la puerta y echó los cerrojos como hacía cada noche, por si algún viajero se perdía en el bosque y se topaba con la cabaña, evitar que se colara sin permiso.
Toc, toc, toc.
El sonido del golpeteo contra la puerta le tomó de improviso y Merdegaf guardó silencio durante un minuto, esperando que solo fuera el viento.
Toc, toc, toc, volvió a escucharse.
—¿Quién? —preguntó el anciano con una voz más grave de su tono normal mientras un mal presentimiento hacía que se le tensara el cuerpo—. Diga qué quiere o márchese por donde ha venido —dijo seriamente.
Pero no obtuvo una respuesta. Pasaron unos segundos de silencio solo interrumpidos por el choque del viento contra la cabaña. Merdegaf se acercó a la ventana y sacó fuera al conejo justo cuando se oyó un fuerte estruendo. La puerta cayó al suelo y por el hueco apareció una figura. Merdegaf miró al intruso a los ojos y ambos se sostuvieron la mirada. Tenía los ojos hundidos y muy claros.
—Dime dónde está Byron Marshall, viejo.
El hombre era de estatura media, delgado e iba vestido con una chaqueta de cuero que tenía cosida una capucha negra que no le ocultaba el rostro en ese momento, por lo que Merdegaf pudo observar que tenía el pelo negro y peinado a ambos lados por una raya en medio. A su espalda podían verse las empuñaduras de dos espadas cruzadas.
El anciano sabía que tarde o temprano aquello ocurriría, Byron le había prevenido y suplicado que se ocultara en algún otro lugar más seguro que un bosque aislado, pero eso era imposible para él. Huir de su apreciado bosque habría sido como perder una parte de su alma. Antes que eso, prefería luchar.
En cuanto vio a su oponente, Merdegaf supo que tendría que actuar rápido, no podía fallar, así que con un movimiento más ágil de lo común en alguien de su edad, se abalanzó hacia la pared que tenía a su espalda. Con su mano izquierda agarró un pequeño taburete y con la derecha la gran lanza que tenía colgada en la pared y que hacía tanto tiempo que no usaba. Justo cuando colocó el taburete a modo de escudo, el intruso se le abalanzó blandiendo ambas espadas. Eran grandes pero ligeras, y de un color plateado mate. No brillaban, al igual que los ojos de su dueño.
Merdegaf se defendió de las estocadas de su enemigo interponiendo el pequeño taburete mientras esperaba el momento adecuado para contraatacar con su lanza. A pesar de no usarla desde hacía tiempo, la lanza siempre había sido la única arma que había necesitado para vencer a cualquier enemigo, por fuerte que fuera o por arma con la que se encontrase en el combate. En eso, él era un experto.
Merdegaf, el Lancero, con ese nombre le habían conocido en el pasado. Había sido uno de los mejores soldados que Ravencros había tenido. Participó en mil y una batallas comandado ejércitos enteros y, aunque apenas abandonaba ya su querido bosque, sabía que todavía los bardos cantaban canciones sobre él y sus hazañas. Pero esos habían sido otros tiempos, tiempos que prefería olvidar. Con esa idea se retiró a Bosque Alto, para descansar.
Pero el pasado siempre vuelve, se dijo a sí mismo Merdegaf, y siempre hay tiempo para una última batalla. En su juventud sabía que podría haberle plantado cara a aquel individuo, pero ya no era joven.
Su enemigo era como un felino, se movía como el viento. Sin previo aviso este lanzó una estocada por su derecha y, antes de atajar el golpe, el anciano ya tuvo que prepararse para desviar un corte idéntico, proveniente desde el otro costado. Con pesar, Merdegaf comprobó que al taburete no le quedaba mucho antes de astillarse. Debía pasar al ataque.
Hizo un amago con la lanza y, con un empujón en el momento adecuado, tiró a su contrincante al suelo, momento en el que Merdegaf aprovechó para salir fuera a campo abierto, ya que su lanza no era pequeña y él necesitaba más espacio. Su enemigo no tardó en aparecer.
—Vaya, me has sorprendido, viejo. Me gustas. —El hombre sonreía mientras hacía movimientos con ambas espadas, acercándose—. Pero necesito que me digas dónde está Byron Marshall. No lo repetiré. —Ya no sonreía.
—No me vas a sacar una palabra, tendrás que matarme.
El anciano se abalanzó con la lanza en ristre apuntando hacia su adversario, pero este le detuvo la embestida y entonces Merdegaf se percató de que tan solo había estado jugando con él, como un gato que se divierte con un ratón antes de devorarlo. Con un último movimiento de ambas espadas que Merdegaf apenas pudo ver, su adversario mandó la lanza a varios metros a la vez que le asestó un feo corte en el costado y lo tiró al suelo boca arriba, sangrando. Merdegaf profirió un grito de dolor y se llevó la mano a la herida. El verde suelo no tardó en teñirse de un rojo intenso.
—Que así sea, viejo.
Mientras el intruso del bosque se acercaba con ambas espadas en las manos, Merdegaf observó la preciosa manera en que la luna iluminaba el bosque, su hogar, también como correteaban algunos conejos a lo lejos, ajenos a todo aquello que estaba ocurriendo. Había llegado su hora. Solo podía alegrarse de morir en aquel lugar que tanto amaba. Y eso hizo.

Una vez terminado el enfrentamiento, Suspiro se retiró los mechones de pelo que se le habían quedado pegados a la frente a causa del sudor y se cubrió el rostro con la capucha.
—Un minuto y cuarenta segundos... ¡No es suficiente! Tienes que encontrar a alguien más fuerte —se dijo a sí mismo mientras volvía por el sendero que lo había llevado hasta la cabaña.
No le gustaba la idea de no haber cumplido la misión. Debería de haber obtenido alguna información sobre el paradero de Byron Marshall. Ese viejo estaba siendo más escurridizo de lo que habían supuesto. Pero no le preocupaba demasiado, pronto darían con él.
Fuego encontraría la manera.

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2 comentarios:

  1. Hola! Gracias por publicar el prólogo! :D
    Me gustó mucho, me dan ganas de leer ya el segundo libro, parece que va a estar muy interesante la historia. Me cuesta recordar algunos personajes ya del primer libro (tengo una memoria de mosquito) pero de a poco los recuerdo jaja. Espero recibir noticias pronto del segundo libro!! Sigan así que es una muy buena historia.
    Besos.

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    1. Gracias a ti por leerlo :) Siempre podrás releer el libro jeje Sí, por aquí y redes sociales iremos informando! Gracias de nuevo! Saludos!

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